Un espacio que aloja los múltiples tipos de vínculos que puedan construirse alrededor del discurso del psicoanálisis, y, a través de su trama, ofrecer y posibilitar a la comunidad el encuentro entre la demanda de psicoanálisis y quien en el nombre de esa práctica se ofrezca a ocupar el lugar del psicoanalista.
miércoles, 21 de octubre de 2009
Psicoanálisis y Medicina. Una propuesta de Beto Manino
Para comenzar a pensar y debatir sobre nuestra propuesta de comunicarnos con la comunidad, encuentro que el tema de la posición de los analistas en su relación con la medicina es un punto crucial. Quizás podamos tansformarlo en nudo. Les presento un fragmento de la traducción del Libro de Roland Gori y MArie-jose Del Volgo que estoy leyendo. Beto Manino
La Salud Totalitaria
Ensayo sobre la medicalización de la existencia
Roland Gori Marie-José Del Volgo
Cap. 3
El cuerpo expropiado y la enfermedad del enfermo
“Un hombre de carne es un hombre de sueño
La verdad es indivisa”
Octavio Paz[1]
“El sufrimiento es la relación de una intrusión y de su rechazo. Incluso la morfina, que calma los dolores, provoca otro sufrimiento, de embrutecimiento y de extravío del sentido, […]. Se sale extraviado de la aventura. Uno no se reconoce más: pero “reconocer” no tiene más sentido. Uno, rápidamente, no es más que una vacilación en la toma de decisiones, una extranjeridad suspendida entre estados mal identificados, entre dolores, entre impotencias, entre insuficiencias. Relacionarse consigo ha devenido un problema, una dificultad o una opacidad”.
Jean-Luc Nancy[2]
Racionalidad médica y subjetividad
En su texto “Poderes y límites de la racionalidad en medicina”, Canguilhem[3] señala la obligación de cambiar de registro cuando el médico toma a cargo el enfermo y no se limita más a una ciencia médica cuya vocación es la de luchar racionalmente contra la enfermedad. Canguilhem recuerda entonces que “el enfermo es más y otro que un terreno singular donde la enfermedad se arraiga, que él es más y otro que un sujeto gramatical calificado por un atributo importado a la nosología del momento. El enfermo es un sujeto, capaz de expresión […][4]”. Este sujeto experimenta, sueña y expresa una “enfermedad del enfermo” que se distingue radicalmente de la construcción médica de la enfermedad. Esta construcción médica de la enfermedad objetiva el cuerpo del enfermo para poder examinarlo, auscultarlo, palparlo, medirlo, explorarlo y modificarlo en todas sus funcionamientos vitales para suspender o erradicar los efectos de una enfermedad. Esta objetivación del cuerpo del enfermo, es la libra de carne[5] que el enfermo como el médico, pero de manera diferente, deben pagar para satisfacer las obligaciones impuestas por la racionalidad científica en medicina. Este gesto epistemológico que tiende a separar el conocimiento íntimo de la vida de la racionalidad de los procesos biológicos que la materializan se ha llevado a cabo históricamente pero se repite de manera estructural sin cesar en el acto médico. Es en tanto que objeto que el “cuerpo” del enfermo se encuentra tomado a cargo por el “cuerpo de cuidadores, sus protocolos y sus estrategias terapéuticas y esto tanto más masivamente cuando una amenaza letal se perfila en el horizonte del diagnóstico o de la urgencia. Este cuerpo-ahí se encuentra expropiado del enfermo para mejor conformarlo al terreno sobre el cual la enfermedad debe ser combatida. El hospital constriñe sin cesar el cuerpo del enfermo a deber estar infinitamente disponible al cuerpo de cuidadores, despertado en la noche para las tomas de sangre o de medicamentos, extendido en las mañanas muy temprano, en ayunas, sobre una camilla en espera de una intervención o de un examen que no tendrá lugar a veces que al final de la mañana, incluso del día. En esto hay una puesta a disposición del cuerpo del enfermo a las exigencias del “cuerpo hospitalario”, una expropiación del cuerpo del enfermo.
“Expropiado” nos parece el término que conviene para designar esta relación de íntima extrañeza que el paciente experimenta en relación a un cuerpo que lo amenaza, lo hace sufrir o lo limita en sus ambiciones vitales. En este sentido, “las enfermedades del hombre no son solamente limitaciones de su poder físico, éstas son los dramas de su historia. La vida humana es una existencia, un estar-ahí para un devenir no preordenado en la obsesión de su fin[6]”. El verbo “expropiar” significa “desposeer a alguien legalmente de la propiedad de un bien”[7] . Este verbo se opone a “apropiar”: “atribuir algo a alguien como propio”, por el juego del prefijo “ex” que evoca un movimiento hacia el exterior. La expropiación constituye una pérdida legal de propiedad que destituye al propietario de un poder sobre su bien. Se entrevé bastante los efectos de estragos que pueden tener sobre la subjetividad tales procedimientos cuando esta des-posesión se ejerce sobre lo que la funda antológicamente: el cuerpo. Y esto tanto más cuando la relación del sujeto a su cuerpo constituye una experiencia paradojal de extrema familiaridad y de gran ignorancia. Es incluso aquello que hace de nuestra experiencia corporal el lugar a la vez de una rememoración permanente y de un incesante olvido. Es incluso aquello que hace de nuestra experiencia corporal el zócalo natal de un pensamiento que lo hace permanecer fundamentalmente nostálgico. Como lo recuerda Kundera, “la nostalgia aparece como el sufrimiento de la ignorancia”[8], como el sufrimiento de ignorar lo que sucede en nuestra ausencia sobre el suelo natal. En este sentido nuestra relación con nuestro cuerpo está hecha de una íntima ignorancia puesto que el cuerpo es a la vez el zócalo natal de nuestra ontología y el lugar con el cual mantenemos una relación de exiliado. Freud inventó el concepto de pulsión para decir este exilio del pensamiento relacionado al cuerpo y esta exigencia de trabajo que le impone. Es decir, de la entrada en juego a la vez de nuestra extrema proximidad a este cuerpo y nuestro doloroso exilio por fuera de los momentos donde la experiencia corporal se refracta en la sensación amorosa o dolorosa o aún en las metáforas de la palabra.
No deberíamos olvidar esta relación específica que el humano mantiene con su cuerpo cuando tenemos que dar cuenta de los efectos desbastadores de la expropiación médica del cuerpo del enfermo: entre el saber del médico sobre la enfermedad del cuerpo y la verdad sobre él mismo que la enfermedad introduce al enfermo existe toda la distancia que separa en alemán a la palabra Körper (la materia corporal) del la palabra Lieb (la carne)[9]. En cuanto al psicoanalista, que por su método no se interesa más que de la carne (chair), no debería olvidad que el cuerpo es también esta materia imposible de aproximar de otra manera que por los medios de los que él se priva para garantizar aquellos de los que se asigna[10]. Probablemente es en este punto que la ética exige tanto como una toma plural del enfermo como una soledad singular en el diálogo terapéutico.
[1] Octavio Paz, Libertad de palabra. Paris, Gallimard, 1966. p.35
[2] Jean-Luc Nancy, Líntrus, Paris, Galilée, 2000. p.38-39
[3] George Canguilhem, “Poder y límites de la racionalidad”[1978], en : Etudes d´histoire et de philosophie des ciences, Paris, Vrin1989. p. 392-411.
[4] Ibid, p. 408-409
[5] Alusión a la obra de W. Shakespeare “El mercader de Venecia” en la cual uno de los personajes debe pagar su deuda con la extracción de una libra de carne de su cuerpo.
[6] G. Cangulhem, Écrits sur la médicine, Paris, Seuil, 2002 p.89.
[7] Alain Rey 1992, Dictionnaire historique de la langue française, Paris Dictionnaires Robert.
[8] Milan Kundera, 2000, L´ignorance, Paris, Gallimard, 2003, p. 12
[9] Hans Georg Gadamer, Philosofie de la santé [1993], Paris, Grasset, 1998.
[10] Subrayado del traductor
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Platón en su “banquete”, pone en boca de un médico la proposición del tema del amor. Y es este médico, Erixímaco, quien califica su arte como el “estudio de las eróticas del cuerpo”, según Lacan, en el seminario VIII, la mejor definición del psicoanálisis.
Es pertinente preguntarse por qué aquel antiguo sanador se preocupaba tanto por Eros. Dicho sea de paso, de preocuparse a entenderlo hay un largo camino. Erixímaco hizo su trayecto, catalogando, dividiendo al amor, clasificando.
Creo que las “eróticas del cuerpo” molestan mucho al médico, quien no tiene elementos técnicos para “lidiar” con ellas. No tiene elementos no por pobreza teórica, sino por el enfoque que determina su práctica.
En esa necesidad de entender sobre el Eros el médico recurre a la ciencia, que objetiva, cataloga y “normaliza”.
En la ciencia moderna encuentra, en forma secundaria, ese elemento tan poderoso para tratar los problemas del cuerpo, a costa de la subjetividad. La medicina aparece primero, es recién en la modernidad que recurre a la ciencia.
Lo cierto es que el médico cura, no cura del amor, menos por amor, no cura de palabra ni por palabra.
Trata el sufrimiento humano desde una perspectiva eficaz, pero a un alto costo.
La libra de carne que paga el paciente como objeto y el médico cómo engranaje técnico sin duda que es un alto precio, que a veces se paga por salvar la vida.
El problema se me plantea muy difícil de resolver, el psicoanálisis busca al sujeto, avanza en la cura con un poder inédito, fascinante, cura al neurótico – a-el-neurótico – el médico a-la-enfermedad. Enfoques totalmente disímiles, formas dispares de tratar con el sufrimiento humano.
Por otro lado Freud, en sus conferencias de introducción al psicoanálisis, hablando de psicoanálisis y psiquiatría, plantea que en ningún caso se trata de disciplinas contrapuestas sino más bien complementarias, ¿no podría pensarse lo mismo en la articulación psicoanálisis-medicina?
Publicar un comentario