Un espacio que aloja los múltiples tipos de vínculos que puedan construirse alrededor del discurso del psicoanálisis, y, a través de su trama, ofrecer y posibilitar a la comunidad el encuentro entre la demanda de psicoanálisis y quien en el nombre de esa práctica se ofrezca a ocupar el lugar del psicoanalista.
lunes, 21 de marzo de 2011
domingo, 20 de marzo de 2011
¿Nada se pierde todo se transforma? Por Emanuel Donatti
(Agradecemos la colaboración de Emanuel Donatti quien envió este texto para su publicación).
Es la segunda ley de la termodinámica la que me permite pensar la diversidad de conceptos sociológicos y psicoanalíticos articulados con la noción de consumo.
Ahora bien, para tratar el origen de algunos conceptos, y para poder llevar adelante una afirmación tan valida, que excede a la física, como la que el titulo indaga voy a remitirme de manera introductoria a un texto de M. Foucault, a saber “Nietzsche, genealogía, historia”. En tal libro se trata de manera muy particular la noción de genealogía, la cual puede ser entendida a partir de dos términos:
Procedencia: El término procedencia es la búsqueda de lo diferente, lo que es propio, es una indagación que permite disociar al yo de la persona y entender que en la raíz de lo que somos no está en absoluto la verdad.
“La búsqueda de la procedencia remueve aquello que se percibía inmóvil, fragmenta lo que se pensaba unido.”
Emergencia: Este término designa el punto de surgimiento de los acontecimientos. La teoría de Foucault tiene una importante impresión de la física, ya que los acontecimientos son entendidos como productos del enfrentamiento de fuerzas de poder.
Me gustaría detenerme momentáneamente sobre la noción de procedencia, la cual puede pensarse como la genuina actividad psicoanalítica, es decir, en algún punto la actividad clínica del analista compromete cierto esfuerzo por romper lo estacionario y “darle las riendas” al sujeto de su propia actividad psíquica. Finalidad tácita que se encuentra, también, en Karl Marx tras el descubrimiento de la alienación de la fuerza de trabajo, y ante la cual se evidencia que el psicoanálisis y el marxismo tienen muchos más en común de lo pensado.
Ambas doctrinas conciben al sujeto, valga la redundancia, atado a una fuerza superior que lo controla, lo aliena, lo explota, reprime sus capacidades de desafiar lo impuesto. El tire y afloje entre deseo, demanda, y necesidades se juega a nivel social, cada día, en cada empleado con cada empleador, en cada fábrica o empresa. Las alineaciones postuladas por ambos autores son tan similares que parecen provenientes de una única doctrina; es un efecto totalmente artificial e ilusorio el que posibilita la opresión de un sujeto. El obrero no puede reconocerse como sujeto creador, el neurótico tampoco lo hace.
Más aún puede desprenderse de la noción de procedencia.
Marshall Berman insiste con una frase marxista para dar cuenta de las sociedades desde la aparición de la burguesía como fuerza de poder central.
“Todo lo sólido se desvanece en el aire...” , sin lugar a dudas es una frase que tiene un potencial interpretativo inacabable. Si se desea, puede seguirse el hilo conductor que nos trajo hasta aquí y pensarse que esta frase articula muy bien con la actividad psicoanalítica y con la noción de Focault antes planteada; pues esta línea nos da una sensación por entera apocalíptica y grafica el derrumbe de un mundo en el que nosotros, seres humanos habitados por cuantiosas paradojas, nos sentimos sumamente aferrados a lo instituido.
No deja de incomodarme una pregunta. Si según Sigmund Freud, la sociedad tiene la estructura propia de una neurosis obsesiva, ¿donde aparece hoy por hoy el sacrificio pulsional que la sociedad exige, cómo se juega la falta en relación al vínculo social?. No creo que el malestar de la cultura este sofocado en modo alguno, así como tampoco encuentro renuncias pulsionales.
Me lleva este punto a detenerme en un texto de Daniel Sobony, “Un malestar totalmente distinto en la cultura”, el cual lleva adelante una seductiva hipótesis acerca de la sociedad actual. Con pocas palabras, según Daniel Sibony la estructura social actual es perversa, y apunta a la pulsión de vinculo como responsable del tedio colectivo. La pulsión de vinculo, concepto elaborado por el propio autor, es definida como el impulso de pertenecer y capturar, de establecer relaciones sociales, grupales, de institucionalizar, de crear religiones, etc... Permítaseme agregar a esta monografía un párrafo del texto en cuestión:
“...si la cuestión fundamental es la pulsión de vinculo, se comprende la inmensa variedad de formas que adopta: repliegues narcisistas (donde uno es objeto de su vínculo), clanes, sectas, vínculos toxicómanos, etc...La misma cuestión busca su metamorfosis, sin cesar”.
La noción central en que basa su idea este controvertido analista argentino es que cada uno de los vínculos sociales tienen como finalidad la búsqueda de tapar la falta del sujeto en alguna medida; claro está, en el ejemplo del toxicómano, donde la droga anula al sujeto barrado lacaneano y le muestra un ideal mucho más cautivador.
Espero no se mal entienda mi finalidad, ya que la misma no es afirmar que todos los sujetos son perversos, sino simplemente me gustaría forjarme de determinadas ideas que surgen del autor. Por un lado, creo provechosa la idea de poder preguntarse acerca la sociedad en la que día tras día transitamos, acerca de los sujetos con los que tratamos, los Otros con los que nos enfrentamos. Es pues, en cierta medida la pregunta que sostiene este escrito.
Por otro lado, y con respecto al tema de la monografía, me gustaría detenerme a analizar la última frase del párrafo antes presentado.
“La misma cuestión busca su metamorfosis, sin cesar”.
Vuelvo a encontrarme con una oración que condensa cientos de interpretaciones, pero a lo largo de la monografía intentare dar cuenta de la en que manera el consumismo, como gran ideología moderna se enlaza de la manera más dialéctica con un sistema político – social que, insisto, posee rasgos de estructura perversa.
Hasta este punto un lector no muy versado en el tema podrá discernir lo distante que estamos parados de las clásicas nociones económicas planteadas por Adan Smith, en la que se postula un mercado de competencia clara y perfecta. Es una gran quimera pensar que hoy día se investigan las necesidades básicas de los consumidores y se crea el producto en base a dichos estudios. ¿Cómo podemos entender los costos actuales, los gastos actuales, desde esas nociones de economía clásica ? Quizá sea considerado de metafísico por bastos economistas el poder pensar que los gastos que mueven la economía mundial se generan a nivel del alma; pura y exclusivamente psicológicos.
Podemos remitirnos históricamente a la noción de Potlach (forma arcaica de intercambio) que muy claramente Georges Bataille define como la constitución de una propiedad positiva de la pérdida , de la cual derivan rasgos sociales tales como el honor y la nobleza, entre otras.
“El potlach excluye tiene el objeto de humillar, de desafiar y de obligar a un rival. El carácter de intercambio del don resulta del hecho del que donatario, para evitar la humillación y aceptar el desafío, debe cumplir con la obligación contraída por él al aceptarlo respondiendo más tarde con un don más importante, es decir debe devolverlo con usura”.
Podemos vislumbrar de esta manera, cierta semilla de lo que hoy día encontramos en la actividad consumista, ya que el gasto está destinado a mantener determinada status o a adquirir un carácter social particular. El capitalismo que hoy vivimos cuando salimos a la calle y realizamos nuestras cotidianas actividades comparte mucho de la definición de potlach que Bataille nos brinda, más aún, el autor señala el punto de contacto en el principio irracional en que se centra la noción de gasto de la economía, tanto arcaica como actual.
No cabe duda alguna de que hay un “algo más” que motiva adquirir un producto que su el valor de uso, un “algo más” que nos brinda esa remera, esa gaseosa, ese celular, hay un más allá de la necesidad, pero que de todos modos compromete cierta satisfacción.
Llegado el momento en que se realiza la compra aparece eso que nos queda pendiente definir, la satisfacción. Para esquematizar a grandes rasgos la satisfacción tomaré dos modos en que esta se articula con discursos económicamente distintos. Por un lado es evidente e indiscutible que sin satisfacción no habría consumo, estamos en este punto frente a lo que Freud nominó principio placer - displacer. Por otra parte, se mencionó anteriormente que hay un “algo más” de la satisfacción, algo rebasa la necesidad, e ingresa en esta circunstancia un discurso psicoanalítico disímil al económicamente planteado.
Se puede introducir el proceso de cumplimiento de placer comparándolo a las claras con el proceso vivenciado por el niño recién nacido y que funda su posterior subsistencia en la demanda del Otro. Este llamado, nominado por el Otro, tiene como finalidad por parte del recién nacido la búsqueda de algo que colme una tensión displacentera; así mediante la actividad del fantasear con el objeto ausente en lo real se realiza una satisfacción alucinatoria del deseo, acción que es denunciada por Freud en “La interpretación de los sueños”. Podemos dilucidar que a lo que anhela el niño es a encontrar (proceso que conlleva inexorablemente una búsqueda metonímica) el objeto que calme toda tensión del aparato.
La satisfacción sería entonces del orden de la utopía en tanto es inadmisible el reencontrarse con la hiancia constitutiva de todo sujeto.
Pues, ¿Qué ocurre cuando al consumir algo se siente una satisfacción? Sin duda esto ocurre, pero siempre dentro de los limites de la satisfacción parcial que tiende a extinguirse. El encuentro de una imagen exterior con un objeto psíquicamente alucinado es lo que provoca tal sentimiento.
Se ha ingresado ahora en el campo de la imagen y es aquí donde voy a pasar del consumidor al producto por un momento. Algo mágico, hipnótico, sumamente cautivador se oculta tras el producto, ya que es el que provoca el particular efecto de pertenencia. El producto puede ubicarse en el centro de la ecuación en tanto es el que mediando la demanda del Otro provoca la imagen que justamente el sujeto es carente. Piénsese aquí, en la noción de rol de Pichon Riviere, en tanto mediante al producto imaginario el sujeto puede asumir tal rol que el Otro le demanda.
Recordemos, también la estructura de la masa según Freud, en la que un objeto viene a colocarse en lugar del ideal del yo. Se entiende por la fórmula de la constitución de la masa, como una gran cantidad de personas que han colocado el mismo objeto en el lugar de su ideal del yo y se han identificado mutuamente.
Mediante este proceso de identificación se realiza una soldadura la falta constitutiva de los sujetos y se provoca la sensación ilusoria de pertenencia por identificación al deseo del Otro. Así es como el producto otorga esa plenitud de imagen al sujeto y en la que el Otro aparece como no barrado.
Por lo planteado hasta este punto se puede afirmar que realmente “nada se pierde y todo se transforma”, pero concibo de mayor importancia seguir interrogando tal afirmación que efigie solidamente. Tal posibilidad me la brinda Michel de Certeau en su texto “La invención de lo cotidiano”. Puede plantearse que si estaríamos frente a una estructura que no da lugar a pérdida alguna, se nos presentaría una imposibilidad de edificar un futuro, de historizar el pasado. Lo que postula este autor es que el resto puede encontrarse en el desvío que se produce en el consumo de un objeto, en tanto tal puede haber sido fabricado con una finalidad por completo distinta.
“Solamente se puede apreciar la diferencia o la similitud entre la producción de la imagen y la producción secundaria que se esconde detrás de los procesos de utilización”
Es claro que ese “apreciar la diferencia” aparece como marca del resto que cae del sistema antes planteado, cae del goce del Otro.
El objeto a lacaneano puede ser pensado no sólo como falta sino también como causante de deseo, como productor de subjetividad. Es por esto que el autor habla de una “fabricación poiética”, pero velada; tras todo acto material de producción del objeto que será ofertado al consumidor existe otra producción que compromete una índole distinta, producción que Michel de Certeau llama “consumo” y que se basa en la utilidad que cada ser humano le da al producto impuesto por el orden económico antes explicado. Este desvío es la bifurcación del deseo del Otro.
Tras esta lectura puede seguir interrogándose la segunda ley de la termodinámica, y pensarse qué es lo que hace con los restos mundialmente, ya que a simple vista el sistema da una imagen de total alienación sin que nada quede por fuera de este. La monografía es un incesante interrogante acerca del momento subjetivo social que atraviesa la humanidad, intrincado en su aspecto económico, pero que sin dudar, rebasa este de sobremanera. Lo que se intento de hacer es pensar a través de la pregunta de ¿Qué se consume en el consumismo?.
.
BIBLIOGRAFÍA
Jean Baudrillard, “Critica de la economía política del signo”, Edit: Siglo XXI
Georges Bataille, “La parte maldita”, Edit: Icaria
Michel de Certeau, “La invención de lo cotidiano”, Edit: UIA
Marshall Berman, “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, Edit: Puntosur
Daniel Sibony, “Perversiones”, Edit: Cruz
Sigmund Freud, “Psicología de las masas y análisis del yo”, Edit: Amorrortu
Sigmund Freud, “El malestar en la cultura”, Edit: Amorrortu
Diccionario de la Real academia española (1983), Edit: Espasa - Calpe
Es la segunda ley de la termodinámica la que me permite pensar la diversidad de conceptos sociológicos y psicoanalíticos articulados con la noción de consumo.
Ahora bien, para tratar el origen de algunos conceptos, y para poder llevar adelante una afirmación tan valida, que excede a la física, como la que el titulo indaga voy a remitirme de manera introductoria a un texto de M. Foucault, a saber “Nietzsche, genealogía, historia”. En tal libro se trata de manera muy particular la noción de genealogía, la cual puede ser entendida a partir de dos términos:
Procedencia: El término procedencia es la búsqueda de lo diferente, lo que es propio, es una indagación que permite disociar al yo de la persona y entender que en la raíz de lo que somos no está en absoluto la verdad.
“La búsqueda de la procedencia remueve aquello que se percibía inmóvil, fragmenta lo que se pensaba unido.”
Emergencia: Este término designa el punto de surgimiento de los acontecimientos. La teoría de Foucault tiene una importante impresión de la física, ya que los acontecimientos son entendidos como productos del enfrentamiento de fuerzas de poder.
Me gustaría detenerme momentáneamente sobre la noción de procedencia, la cual puede pensarse como la genuina actividad psicoanalítica, es decir, en algún punto la actividad clínica del analista compromete cierto esfuerzo por romper lo estacionario y “darle las riendas” al sujeto de su propia actividad psíquica. Finalidad tácita que se encuentra, también, en Karl Marx tras el descubrimiento de la alienación de la fuerza de trabajo, y ante la cual se evidencia que el psicoanálisis y el marxismo tienen muchos más en común de lo pensado.
Ambas doctrinas conciben al sujeto, valga la redundancia, atado a una fuerza superior que lo controla, lo aliena, lo explota, reprime sus capacidades de desafiar lo impuesto. El tire y afloje entre deseo, demanda, y necesidades se juega a nivel social, cada día, en cada empleado con cada empleador, en cada fábrica o empresa. Las alineaciones postuladas por ambos autores son tan similares que parecen provenientes de una única doctrina; es un efecto totalmente artificial e ilusorio el que posibilita la opresión de un sujeto. El obrero no puede reconocerse como sujeto creador, el neurótico tampoco lo hace.
Más aún puede desprenderse de la noción de procedencia.
Marshall Berman insiste con una frase marxista para dar cuenta de las sociedades desde la aparición de la burguesía como fuerza de poder central.
“Todo lo sólido se desvanece en el aire...” , sin lugar a dudas es una frase que tiene un potencial interpretativo inacabable. Si se desea, puede seguirse el hilo conductor que nos trajo hasta aquí y pensarse que esta frase articula muy bien con la actividad psicoanalítica y con la noción de Focault antes planteada; pues esta línea nos da una sensación por entera apocalíptica y grafica el derrumbe de un mundo en el que nosotros, seres humanos habitados por cuantiosas paradojas, nos sentimos sumamente aferrados a lo instituido.
No deja de incomodarme una pregunta. Si según Sigmund Freud, la sociedad tiene la estructura propia de una neurosis obsesiva, ¿donde aparece hoy por hoy el sacrificio pulsional que la sociedad exige, cómo se juega la falta en relación al vínculo social?. No creo que el malestar de la cultura este sofocado en modo alguno, así como tampoco encuentro renuncias pulsionales.
Me lleva este punto a detenerme en un texto de Daniel Sobony, “Un malestar totalmente distinto en la cultura”, el cual lleva adelante una seductiva hipótesis acerca de la sociedad actual. Con pocas palabras, según Daniel Sibony la estructura social actual es perversa, y apunta a la pulsión de vinculo como responsable del tedio colectivo. La pulsión de vinculo, concepto elaborado por el propio autor, es definida como el impulso de pertenecer y capturar, de establecer relaciones sociales, grupales, de institucionalizar, de crear religiones, etc... Permítaseme agregar a esta monografía un párrafo del texto en cuestión:
“...si la cuestión fundamental es la pulsión de vinculo, se comprende la inmensa variedad de formas que adopta: repliegues narcisistas (donde uno es objeto de su vínculo), clanes, sectas, vínculos toxicómanos, etc...La misma cuestión busca su metamorfosis, sin cesar”.
La noción central en que basa su idea este controvertido analista argentino es que cada uno de los vínculos sociales tienen como finalidad la búsqueda de tapar la falta del sujeto en alguna medida; claro está, en el ejemplo del toxicómano, donde la droga anula al sujeto barrado lacaneano y le muestra un ideal mucho más cautivador.
Espero no se mal entienda mi finalidad, ya que la misma no es afirmar que todos los sujetos son perversos, sino simplemente me gustaría forjarme de determinadas ideas que surgen del autor. Por un lado, creo provechosa la idea de poder preguntarse acerca la sociedad en la que día tras día transitamos, acerca de los sujetos con los que tratamos, los Otros con los que nos enfrentamos. Es pues, en cierta medida la pregunta que sostiene este escrito.
Por otro lado, y con respecto al tema de la monografía, me gustaría detenerme a analizar la última frase del párrafo antes presentado.
“La misma cuestión busca su metamorfosis, sin cesar”.
Vuelvo a encontrarme con una oración que condensa cientos de interpretaciones, pero a lo largo de la monografía intentare dar cuenta de la en que manera el consumismo, como gran ideología moderna se enlaza de la manera más dialéctica con un sistema político – social que, insisto, posee rasgos de estructura perversa.
Hasta este punto un lector no muy versado en el tema podrá discernir lo distante que estamos parados de las clásicas nociones económicas planteadas por Adan Smith, en la que se postula un mercado de competencia clara y perfecta. Es una gran quimera pensar que hoy día se investigan las necesidades básicas de los consumidores y se crea el producto en base a dichos estudios. ¿Cómo podemos entender los costos actuales, los gastos actuales, desde esas nociones de economía clásica ? Quizá sea considerado de metafísico por bastos economistas el poder pensar que los gastos que mueven la economía mundial se generan a nivel del alma; pura y exclusivamente psicológicos.
Podemos remitirnos históricamente a la noción de Potlach (forma arcaica de intercambio) que muy claramente Georges Bataille define como la constitución de una propiedad positiva de la pérdida , de la cual derivan rasgos sociales tales como el honor y la nobleza, entre otras.
“El potlach excluye tiene el objeto de humillar, de desafiar y de obligar a un rival. El carácter de intercambio del don resulta del hecho del que donatario, para evitar la humillación y aceptar el desafío, debe cumplir con la obligación contraída por él al aceptarlo respondiendo más tarde con un don más importante, es decir debe devolverlo con usura”.
Podemos vislumbrar de esta manera, cierta semilla de lo que hoy día encontramos en la actividad consumista, ya que el gasto está destinado a mantener determinada status o a adquirir un carácter social particular. El capitalismo que hoy vivimos cuando salimos a la calle y realizamos nuestras cotidianas actividades comparte mucho de la definición de potlach que Bataille nos brinda, más aún, el autor señala el punto de contacto en el principio irracional en que se centra la noción de gasto de la economía, tanto arcaica como actual.
No cabe duda alguna de que hay un “algo más” que motiva adquirir un producto que su el valor de uso, un “algo más” que nos brinda esa remera, esa gaseosa, ese celular, hay un más allá de la necesidad, pero que de todos modos compromete cierta satisfacción.
Llegado el momento en que se realiza la compra aparece eso que nos queda pendiente definir, la satisfacción. Para esquematizar a grandes rasgos la satisfacción tomaré dos modos en que esta se articula con discursos económicamente distintos. Por un lado es evidente e indiscutible que sin satisfacción no habría consumo, estamos en este punto frente a lo que Freud nominó principio placer - displacer. Por otra parte, se mencionó anteriormente que hay un “algo más” de la satisfacción, algo rebasa la necesidad, e ingresa en esta circunstancia un discurso psicoanalítico disímil al económicamente planteado.
Se puede introducir el proceso de cumplimiento de placer comparándolo a las claras con el proceso vivenciado por el niño recién nacido y que funda su posterior subsistencia en la demanda del Otro. Este llamado, nominado por el Otro, tiene como finalidad por parte del recién nacido la búsqueda de algo que colme una tensión displacentera; así mediante la actividad del fantasear con el objeto ausente en lo real se realiza una satisfacción alucinatoria del deseo, acción que es denunciada por Freud en “La interpretación de los sueños”. Podemos dilucidar que a lo que anhela el niño es a encontrar (proceso que conlleva inexorablemente una búsqueda metonímica) el objeto que calme toda tensión del aparato.
La satisfacción sería entonces del orden de la utopía en tanto es inadmisible el reencontrarse con la hiancia constitutiva de todo sujeto.
Pues, ¿Qué ocurre cuando al consumir algo se siente una satisfacción? Sin duda esto ocurre, pero siempre dentro de los limites de la satisfacción parcial que tiende a extinguirse. El encuentro de una imagen exterior con un objeto psíquicamente alucinado es lo que provoca tal sentimiento.
Se ha ingresado ahora en el campo de la imagen y es aquí donde voy a pasar del consumidor al producto por un momento. Algo mágico, hipnótico, sumamente cautivador se oculta tras el producto, ya que es el que provoca el particular efecto de pertenencia. El producto puede ubicarse en el centro de la ecuación en tanto es el que mediando la demanda del Otro provoca la imagen que justamente el sujeto es carente. Piénsese aquí, en la noción de rol de Pichon Riviere, en tanto mediante al producto imaginario el sujeto puede asumir tal rol que el Otro le demanda.
Recordemos, también la estructura de la masa según Freud, en la que un objeto viene a colocarse en lugar del ideal del yo. Se entiende por la fórmula de la constitución de la masa, como una gran cantidad de personas que han colocado el mismo objeto en el lugar de su ideal del yo y se han identificado mutuamente.
Mediante este proceso de identificación se realiza una soldadura la falta constitutiva de los sujetos y se provoca la sensación ilusoria de pertenencia por identificación al deseo del Otro. Así es como el producto otorga esa plenitud de imagen al sujeto y en la que el Otro aparece como no barrado.
Por lo planteado hasta este punto se puede afirmar que realmente “nada se pierde y todo se transforma”, pero concibo de mayor importancia seguir interrogando tal afirmación que efigie solidamente. Tal posibilidad me la brinda Michel de Certeau en su texto “La invención de lo cotidiano”. Puede plantearse que si estaríamos frente a una estructura que no da lugar a pérdida alguna, se nos presentaría una imposibilidad de edificar un futuro, de historizar el pasado. Lo que postula este autor es que el resto puede encontrarse en el desvío que se produce en el consumo de un objeto, en tanto tal puede haber sido fabricado con una finalidad por completo distinta.
“Solamente se puede apreciar la diferencia o la similitud entre la producción de la imagen y la producción secundaria que se esconde detrás de los procesos de utilización”
Es claro que ese “apreciar la diferencia” aparece como marca del resto que cae del sistema antes planteado, cae del goce del Otro.
El objeto a lacaneano puede ser pensado no sólo como falta sino también como causante de deseo, como productor de subjetividad. Es por esto que el autor habla de una “fabricación poiética”, pero velada; tras todo acto material de producción del objeto que será ofertado al consumidor existe otra producción que compromete una índole distinta, producción que Michel de Certeau llama “consumo” y que se basa en la utilidad que cada ser humano le da al producto impuesto por el orden económico antes explicado. Este desvío es la bifurcación del deseo del Otro.
Tras esta lectura puede seguir interrogándose la segunda ley de la termodinámica, y pensarse qué es lo que hace con los restos mundialmente, ya que a simple vista el sistema da una imagen de total alienación sin que nada quede por fuera de este. La monografía es un incesante interrogante acerca del momento subjetivo social que atraviesa la humanidad, intrincado en su aspecto económico, pero que sin dudar, rebasa este de sobremanera. Lo que se intento de hacer es pensar a través de la pregunta de ¿Qué se consume en el consumismo?.
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BIBLIOGRAFÍA
Jean Baudrillard, “Critica de la economía política del signo”, Edit: Siglo XXI
Georges Bataille, “La parte maldita”, Edit: Icaria
Michel de Certeau, “La invención de lo cotidiano”, Edit: UIA
Marshall Berman, “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, Edit: Puntosur
Daniel Sibony, “Perversiones”, Edit: Cruz
Sigmund Freud, “Psicología de las masas y análisis del yo”, Edit: Amorrortu
Sigmund Freud, “El malestar en la cultura”, Edit: Amorrortu
Diccionario de la Real academia española (1983), Edit: Espasa - Calpe
viernes, 11 de marzo de 2011
viernes, 28 de enero de 2011
lunes, 24 de enero de 2011
De la inconveniencia de oponer el psicoanálisis “didáctico” al “terapéutico”. Por Marité Colovini
“La intrusión en lo político no se puede hacer sino reconociendo que no hay discurso, y no solo el analítico, que no sea del goce, al menos cuando uno espera el trabajo de la verdad”
J. Lacan, Seminario XVII.
Muchos son los trabajos y ponencias, cuyos autores son psicoanalistas, que establecen polaridades y binarismos. Algunos dicen que se trata de “finalidades didácticas”, otros explican el tema por la tendencia freudiana de mantener la dualidad y no caer en el monismo (ej. La dualidad pulsional). Lo cierto es que el efecto más extendido de orientar una enseñanza en este método es que se termina convirtiendo en un decálogo de “lo bueno y lo malo”.
Así, es posible escuchar el modo en que algunos repiten “se trata de ir por la vía del deseo y no por la del goce”….pretendiendo así que el deseo es lo bueno y el goce lo malo, o que intentan delimitar de modo absoluto lo que es del síntoma y los que es del fantasma, etc,etc.
Todo esto termina en la conformación de ideales o consignas que no tienen nada que envidiarle a los mandatos del superyo que, como sabemos, sólo nos incita a gozar, a desmentir la castración y nunca tiene fondo ni final para sus reclamos.
Pero hoy quiero analizar uno de éstos dualismos o binarismos, que parece que se está extendiendo en nuestros lares y que opone el “psicoanálisis puro” al “psicoanálisis aplicado o terapéutico”.
Mucho trabajo le costó a Lacan hacer que se entendiera lo que él nos proponía con la invención del pase. Y creo que le sigue costando, ya que aún estamos bajo su constatación: “este pase es un fracaso”, en tanto no recogía del dispositivo respuesta a las preguntas que él mismo nos legó: “¿qué puede ser de la pulsión cuando se ha atravesado el fantasma fundamental?” o “¿qué le pasa por la cabeza a alguien que quiere ocupar ese lugar, para otros, que ha visto caer en su análisis?”
Cuando Lacan nos dice que se trata de poner en cuestión justamente lo que sucede en los análisis “didácticos”, ya que una sombra espesa se extendía sobre aquellos, continúa en su crítica al modo de selección de los analistas de la IPA, quienes sostenían que un análisis didáctico era aquel que dirigía un didacta, o sea: que para advenir analista había que analizarse con aquellos que la institución designaba como didactas….
Sabemos por la historia del psicoanálisis, el modo en que se quitaba el título de didacta a alguien. La excomunión de Lacan en 1964 lo atestigua. El poder de la institución pudo quitarle ese título a alguien que sólo había iniciado un camino para devolver al trabajo iniciado por Freud su potencia de descubrimiento y se dedicaba a criticar asiduamente las desviaciones en la doctrina freudiana. Si era el poder de la institución el que podía quitarlo, colegimos que también el poder de la institución era el que lo otorgaba. (y el que lo otorga en la actualidad, ya que en la IPA se mantiene el método criticado por Lacan).
Que un analista no se autoriza más que por él/sí mismo, fue la fórmula revolucionaria que lleva a Lacan a instituir el pase, poniendo el peso de la autorización en ese él mismo/sí mismo que aún constituye enigma, pero decididamente sacándolo de la órbita de algún Otro, sea éste un analista “didacta”, o la misma institución.
Que sea el analizante quien llega a decidir el momento en que su análisis llega al final, retira el peso de la decisión del lugar del analista, repito: así éste sea didacta, para situarlo en el analizante, quien debe poder decidir a su propia cuenta y riesgo, en un acto sin garantías, que cuenta con los otros, pero que se ha desengañado del Sujeto supuesto al Saber.
La responsabilidad del analista, y aquí no le agrego calificativos, es la del acto analítico, ese que da por comenzado un análisis y permite el establecimiento de la transferencia. Y su ética, es haberse conformado al discurso, dejándose hacer por el movimiento mismo de la cura, dejándose caer del lugar del Ideal, cuando el deseo del analista realiza la máxima distancia entre el I y el a.
No hay en estas operaciones ni una pizca de intento de dominio, no hay en ellas ningún prestigio del yo, no hay ningún saber absoluto…o mejor dicho, se trata, para el analista, de saber que cada una de éstas “tentaciones” son un obstáculo para el deseo del analista y corregir su rumbo operando para que estas trabas no impidan al analizante su tarea. Operando sobre él mismo, sobre sus puntos ciegos, sobre su propio narcisismo, sobre su goce, sobre su deseo. Para esto, nada mejor que “someter su trabajo a la crítica, tanto interna como externa” y permitir que la enseñanza y el trabajo con otros corrijan las desviaciones a las que están expuestos, precisamente por los efectos del narcisismo y la verleugnung sobre el analista mismo.
Entonces: ¿Qué decir de quienes se arrogan un saber sobre cuál sería un psicoanálisis puro y cuál un aplicado? ¿En qué se convierte alguien que dice poder distinguir entre un análisis “terapéutico” y otro del que advendría un analista? ¿De qué política da cuenta quien propone criterios que diferencian entre “psicoanálisis puro” y otro que sólo alcanza para sentirse bien?
El desengaño del SSS, o sea: haber caído en la cuenta de que el SSS sólo es una ficción necesaria, implica renunciar a erigirse en el poseedor de algún saber, con pretensión de cerrado, verdadero o absoluto, y poder enfrentarse al vacío de una pregunta que siempre quedará sin respuesta.
¿O quizás alguien supone que ha llegado a tocar esa verdad incurable que nos enfrenta con el límite de lo simbólico y por ello ya no es más incurable…..(o sea: es curable por “sus”-las de ese alguien que cree poder ser el Otro- curas).
¿Para qué destituir los ideales si nuevamente se ponen en vigencia otros? ¿Qué se transmite y se enseña cuando se eleva a la categoría de “objetivo” a alcanzar algún precepto, así sea el de desentrañar, sin horror, el real que afecta a la formación de los analistas y al psicoanálisis mismo?
En la Conferencia de Junio 1968, Lacan llega a decir que el desmentido " es empujado a su punto más alto de patético a nivel del analista mismo”
Si la Verleugnug lo es justamente de la diferencia de sexos, si se trata de que su efecto se demuestra cada vez que se protesta frente a la castración, si hay una Verleugnug en el origen: ¿no se retrocede frente al barramiento del Otro cuando se instala “otro que sabe” y que puede por ello distinguir cuál análisis ha sido “el bueno” y cual no?
La desmentida, retiene en su construcción, lo que se rechaza. La Verleugnug vela la causa del deseo y en su lugar sostiene el fantasma, ese que oculta que lo que se reprime primariamente es insuperable, resta siempre como enigma. Cuando se construye teoría a partir del fantasma, sólo tenemos un saber fantasmático-ideológico, homólogo a las teorías infantiles. Pero cuando se intenta hacer de estas teorías un saber que excluye y discrimina, tenemos una operación política, que no tiene nada que envidiarle a los totalitarismos.
Porque hacer de éste binarismo: “Psicoanálisis puro/didáctico vs. Psicoanálisis aplicado/terapéutico” el quid del tratamiento de la transferencia, es poner a la Esuela misma en el campo de cualquier standard institucional y entonces deberíamos preguntarnos cual es el goce que la habita. Cuando digo a “la Escuela”, me refiero a la categoría con la que Lacan quiso innovar respecto al lazo entre analistas y repito que lo hizo en el marco de una profunda crítica a lo que había devenido de la institución fundada por Freud. Crítica que instala un cuestionamiento al modelo instituído en la IPA, que no tiene nada que envidiarle a las “masas artificiales” de Psicología de las masas.
Si hay un real que afecta al psicoanálisis mismo, que hace por ello a su intransmisibilidad, que horada cualquier pretensión de pensamiento, discurso o enunciación única, que instala la lógica del no-todo para hacer de límite al Todo, que acecha a cualquier intento de armonizar y borrar lo que se sostiene de un malentendido fundamental, es porque el psicoanálisis apunta a otra cosa que a una ilusión…..o que al “opio de los pueblos”.
La religión y la ciencia son bordes por los que transita este campo que Lacan quiso que se llamara lacaniano; y la segregación, uno de los puntos de fuga de los agrupamientos de analistas, aún de aquellos que se llaman Escuela.
Marité Colovini
Verano de 2010
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