lunes, 24 de enero de 2011

De la inconveniencia de oponer el psicoanálisis “didáctico” al “terapéutico”. Por Marité Colovini







“La intrusión en lo político no se puede hacer sino reconociendo que no hay discurso, y no solo el analítico, que no sea del goce, al menos cuando uno espera el trabajo de la verdad”



J. Lacan, Seminario XVII.



Muchos son los trabajos y ponencias, cuyos autores son psicoanalistas, que establecen polaridades y binarismos. Algunos dicen que se trata de “finalidades didácticas”, otros explican el tema por la tendencia freudiana de mantener la dualidad y no caer en el monismo (ej. La dualidad pulsional). Lo cierto es que el efecto más extendido de orientar una enseñanza en este método es que se termina convirtiendo en un decálogo de “lo bueno y lo malo”.

Así, es posible escuchar el modo en que algunos repiten “se trata de ir por la vía del deseo y no por la del goce”….pretendiendo así que el deseo es lo bueno y el goce lo malo, o que intentan delimitar de modo absoluto lo que es del síntoma y los que es del fantasma, etc,etc.

Todo esto termina en la conformación de ideales o consignas que no tienen nada que envidiarle a los mandatos del superyo que, como sabemos, sólo nos incita a gozar, a desmentir la castración y nunca tiene fondo ni final para sus reclamos.



Pero hoy quiero analizar uno de éstos dualismos o binarismos, que parece que se está extendiendo en nuestros lares y que opone el “psicoanálisis puro” al “psicoanálisis aplicado o terapéutico”.

Mucho trabajo le costó a Lacan hacer que se entendiera lo que él nos proponía con la invención del pase. Y creo que le sigue costando, ya que aún estamos bajo su constatación: “este pase es un fracaso”, en tanto no recogía del dispositivo respuesta a las preguntas que él mismo nos legó: “¿qué puede ser de la pulsión cuando se ha atravesado el fantasma fundamental?” o “¿qué le pasa por la cabeza a alguien que quiere ocupar ese lugar, para otros, que ha visto caer en su análisis?”



Cuando Lacan nos dice que se trata de poner en cuestión justamente lo que sucede en los análisis “didácticos”, ya que una sombra espesa se extendía sobre aquellos, continúa en su crítica al modo de selección de los analistas de la IPA, quienes sostenían que un análisis didáctico era aquel que dirigía un didacta, o sea: que para advenir analista había que analizarse con aquellos que la institución designaba como didactas….



Sabemos por la historia del psicoanálisis, el modo en que se quitaba el título de didacta a alguien. La excomunión de Lacan en 1964 lo atestigua. El poder de la institución pudo quitarle ese título a alguien que sólo había iniciado un camino para devolver al trabajo iniciado por Freud su potencia de descubrimiento y se dedicaba a criticar asiduamente las desviaciones en la doctrina freudiana. Si era el poder de la institución el que podía quitarlo, colegimos que también el poder de la institución era el que lo otorgaba. (y el que lo otorga en la actualidad, ya que en la IPA se mantiene el método criticado por Lacan).



Que un analista no se autoriza más que por él/sí mismo, fue la fórmula revolucionaria que lleva a Lacan a instituir el pase, poniendo el peso de la autorización en ese él mismo/sí mismo que aún constituye enigma, pero decididamente sacándolo de la órbita de algún Otro, sea éste un analista “didacta”, o la misma institución.

Que sea el analizante quien llega a decidir el momento en que su análisis llega al final, retira el peso de la decisión del lugar del analista, repito: así éste sea didacta, para situarlo en el analizante, quien debe poder decidir a su propia cuenta y riesgo, en un acto sin garantías, que cuenta con los otros, pero que se ha desengañado del Sujeto supuesto al Saber.



La responsabilidad del analista, y aquí no le agrego calificativos, es la del acto analítico, ese que da por comenzado un análisis y permite el establecimiento de la transferencia. Y su ética, es haberse conformado al discurso, dejándose hacer por el movimiento mismo de la cura, dejándose caer del lugar del Ideal, cuando el deseo del analista realiza la máxima distancia entre el I y el a.



No hay en estas operaciones ni una pizca de intento de dominio, no hay en ellas ningún prestigio del yo, no hay ningún saber absoluto…o mejor dicho, se trata, para el analista, de saber que cada una de éstas “tentaciones” son un obstáculo para el deseo del analista y corregir su rumbo operando para que estas trabas no impidan al analizante su tarea. Operando sobre él mismo, sobre sus puntos ciegos, sobre su propio narcisismo, sobre su goce, sobre su deseo. Para esto, nada mejor que “someter su trabajo a la crítica, tanto interna como externa” y permitir que la enseñanza y el trabajo con otros corrijan las desviaciones a las que están expuestos, precisamente por los efectos del narcisismo y la verleugnung sobre el analista mismo.



Entonces: ¿Qué decir de quienes se arrogan un saber sobre cuál sería un psicoanálisis puro y cuál un aplicado? ¿En qué se convierte alguien que dice poder distinguir entre un análisis “terapéutico” y otro del que advendría un analista? ¿De qué política da cuenta quien propone criterios que diferencian entre “psicoanálisis puro” y otro que sólo alcanza para sentirse bien?



El desengaño del SSS, o sea: haber caído en la cuenta de que el SSS sólo es una ficción necesaria, implica renunciar a erigirse en el poseedor de algún saber, con pretensión de cerrado, verdadero o absoluto, y poder enfrentarse al vacío de una pregunta que siempre quedará sin respuesta.

¿O quizás alguien supone que ha llegado a tocar esa verdad incurable que nos enfrenta con el límite de lo simbólico y por ello ya no es más incurable…..(o sea: es curable por “sus”-las de ese alguien que cree poder ser el Otro- curas).

¿Para qué destituir los ideales si nuevamente se ponen en vigencia otros? ¿Qué se transmite y se enseña cuando se eleva a la categoría de “objetivo” a alcanzar algún precepto, así sea el de desentrañar, sin horror, el real que afecta a la formación de los analistas y al psicoanálisis mismo?



En la Conferencia de Junio 1968, Lacan llega a decir que el desmentido " es empujado a su punto más alto de patético a nivel del analista mismo”

Si la Verleugnug lo es justamente de la diferencia de sexos, si se trata de que su efecto se demuestra cada vez que se protesta frente a la castración, si hay una Verleugnug en el origen: ¿no se retrocede frente al barramiento del Otro cuando se instala “otro que sabe” y que puede por ello distinguir cuál análisis ha sido “el bueno” y cual no?



La desmentida, retiene en su construcción, lo que se rechaza. La Verleugnug vela la causa del deseo y en su lugar sostiene el fantasma, ese que oculta que lo que se reprime primariamente es insuperable, resta siempre como enigma. Cuando se construye teoría a partir del fantasma, sólo tenemos un saber fantasmático-ideológico, homólogo a las teorías infantiles. Pero cuando se intenta hacer de estas teorías un saber que excluye y discrimina, tenemos una operación política, que no tiene nada que envidiarle a los totalitarismos.



Porque hacer de éste binarismo: “Psicoanálisis puro/didáctico vs. Psicoanálisis aplicado/terapéutico” el quid del tratamiento de la transferencia, es poner a la Esuela misma en el campo de cualquier standard institucional y entonces deberíamos preguntarnos cual es el goce que la habita. Cuando digo a “la Escuela”, me refiero a la categoría con la que Lacan quiso innovar respecto al lazo entre analistas y repito que lo hizo en el marco de una profunda crítica a lo que había devenido de la institución fundada por Freud. Crítica que instala un cuestionamiento al modelo instituído en la IPA, que no tiene nada que envidiarle a las “masas artificiales” de Psicología de las masas.



Si hay un real que afecta al psicoanálisis mismo, que hace por ello a su intransmisibilidad, que horada cualquier pretensión de pensamiento, discurso o enunciación única, que instala la lógica del no-todo para hacer de límite al Todo, que acecha a cualquier intento de armonizar y borrar lo que se sostiene de un malentendido fundamental, es porque el psicoanálisis apunta a otra cosa que a una ilusión…..o que al “opio de los pueblos”.



La religión y la ciencia son bordes por los que transita este campo que Lacan quiso que se llamara lacaniano; y la segregación, uno de los puntos de fuga de los agrupamientos de analistas, aún de aquellos que se llaman Escuela.



Marité Colovini

Verano de 2010