Por Marité Colovini.
Noviembre de 2009
Negar lo político no lo hace desaparecer, solo puede conducirnos a la perplejidad cuando nos enfrentamos a sus manifestaciones y a la impotencia cuando queramos tratar con ellas.
Hay diferentes maneras en que las manifestaciones de lo político se revelan. Pero siempre, se revela como una modalidad de encuentro con lo real. El campo de la construcción social y la realidad política es el campo en que se intenta una simbolización de ese real. Hay una falta estructural en lo simbólico, lo que significa que ciertos puntos de real no pueden ser simbolizados de manera definitiva...lo real no mitigado provoca angustia y esto a su vez lleva a erigir construcciones imaginarias interminables, defensivas. También lleva a lo que desde el Seminario 10, conocemos como modos de evitar la angustia y su certeza: el acting-out y el pasaje al acto. La manera en que los psicoanalistas tratamos la angustia implica la sintomatización. Ya que al síntoma, que se anuda con palabras, podemos deshacerlo con palabras.
La concepción fantasmática de la institución como una totalidad armoniosa no es más que un espejismo.
El encuentro traumático de lo político inicia una y otra vez simbolizaciones que en el juego hegemónico son diferentes.
Este juego lleva a la emergencia de la política, que siempre lo es de posiciones (o simbolizaciones) diferentes. Todo acontecimiento dislocatorio lleva a la articulación antagónica de diferentes discursos que intentan simbolizar su naturaleza traumática, de suturar la falta que eso crea.
El esquema de Lacan de la vida sociopolítica es el de un juego, un interminable juego circular entre posibilidad e imposiblidad, entre construcción y destrucción, representación y fracaso, articulación y dislocación, la realidad y lo real, la política y lo político.
Lo político está asociado así con el momento de contingencia e indecibilidad que marca la brecha entre la dislocación de una identificación sociopolítica y la creación del deseo de una nueva.
Que en algunos momentos hagamos "como si" y podamos ocultar las diferencias no nos dispensa de que cuando se revelan estas mismas diferencias, les demos el tratamiento al que nos autorizamos cuando nos declaramos practicantes del psicoanálisis.
Para usar el vocabulario de Zizek, la política correspondería a la “lucha antagónica que se libra en la realidad social” (a la lucha entre proyectos políticos ya construidos, entre diferentes simbolizaciones de la realidad) mientras que lo político correspondería al momento de “puro antagonismo” que es lógicamente anterior a esta externalización. El antagonismo no se debe a la presencia empírica del enemigo sino que, antes del desarrollo de nuestra o de su (la del enemigo) identificación o proyecto fantasmático, constituye la obstrucción real alrededor de la cual ésta y toda identificación se estructura. Es la huella empírica de esta imposibilidad ontológica.
Cuando Lacan plantea la identificación al punto de real del grupo, creo que nos plantea directamente que se trata de identificarse a ese punto que hace de fundamento a lo político mismo.
La ética del psicoanálisis no es una ética de los ideales, de la armonía, del Bien. Es una ética del bien decir. Si hoy estamos situados en un terreno de la aporía y frustración es porque aún fantaseamos con algo que ha revelado ser, cada vez más, imposible y catastrófico. Aceptar esta imposibilidad última parece ser la única vida de salida de este estado problemático.
3 comentarios:
¿Cómo, o qué, finalmente, es lo que posibilitaría la política más allá de los antagonismos? Las tomas de posición terminan dirimiéndose en esa lógica...
Margarita: Creo que la política es precisamente el terreno de los antagonismos, es decir: ese campo donde se dirimen las diferentes simbolizaciones, la multiplicidad de las lógicas sociales tanto como la necesidad de su articulación. Eso sí, se trata de recrear permanentemente esta articulación, de renegociarla, ya que no hay punto final donde el equilibrio pueda ser definitivamente alcanzado. La democracia depende de una desarmonía o desorden originarios. En palabras de Ranciere, el demos es al mismo tiempo el nombre de una comunidad y de su división.
el comentario anterior es mío. Marité Colovini
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