IMPROVISACIÓN
fuente: http://www.analiticadespertar.com.ar/
Texto aparecido en el único número en castellano de la revista L' Ane, año 1982, sin mención de editorial ni de traductor
Siendo docente, cuando me iniciaba en el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de Vincennes, tuve la ocasión en 1974 de plantearle al Doctor Lacan, una pregunta que resumiré en estos términos: ¿El deseo de muerte debe situarse del lado del deseo de dormir o del deseo de despertar?. El Dr. Lacan, que estaba sentado en su escritorio, guardó silencio y ya había renunciado a escucharlo con respecto a esta pregunta, cuando al cabo de media hora me dio su respuesta de un modo lo bastante específico, como para que yo pudiera tomar notas lo más completas posibles. Es la transcripción de esas notas lo que aquí remito.
Catherine Millot
El deseo de dormir corresponde a una acción fisiológica inhibidora. El sueño es una inhibición activa. Es a ese punto al que podemos concebir que venga a articularse lo simbólico. Es sobre el cuerpo que se articula el lenguaje, por la paradoja biológica que constituye una instancia que impide la interrupción del dormir. Gracias a lo simbólico, el despertar total es la muerte, para el cuerpo. El dormir profundo vuelve posible que dure el cuerpo.
Más allá del despertar.
Lo que Freud imagina de la pulsión de muerte implica que el despertar del cuerpo es su destrucción. Porque en el sentido opuesto al principio de placer, esto lo califica como un más allá: este más allá, es una oposición.
La vida, en cuanto a ella, está bastante más allá de todo despertar. La vida no es concebida, el cuerpo no la atrapa en nada, la lleva simplemente. Cuando Freud dice: "la vida aspira a la muerte", es en tanto que la vida, por estar encarnada, por estar en el cuerpo, aspiraría a una total y plena conciencia. Se puede decir que es ahí, donde se señala que aún en el despertar absoluto hay una parte de sueños que es justamente...
No nos despertamos nunca, los deseos mantienen los sueños. La muerte es un sueño, entre otros sueños que perpetúan la vida, el de permanecer en lo mítico. Es del lado del despertar donde se sitúa la muerte. La vida es algo totalmente imposible, que puede soñar con un despertar absoluto.
Por ejemplo en la religión nirvanesca, la vida sueña con escaparse a sí misma. Queda sin embargo que la vida es real y que este retorno es mítico. Es mítico, y forma parte de esos sueños que sólo se articulan de lenguaje. Si no hubiese lenguaje, uno no se pondría a soñar con estar muerto como una posibilidad. Esta posibilidad es tan contradictoria que aún en esas aspiraciones no solamente míticas sino místicas, se piensa que se alcanza al real absoluto que no está modelado más que por un cálculo.
Soñamos confundirnos con lo que se extrapola al nombre por el hecho de que habitamos el lenguaje. Pero del hecho de que habitamos el lenguaje, nos amoldamos a un formalismo -del orden del cálculo, justamente- y nos imaginamos que, de lo real hay un saber absoluto. Al fin de cuentas, en el nirvana, es a ahogarse en ese saber absoluto, del que no hay huella, a lo que se aspira. Creemos que seremos confundidos con ese saber supuesto sostener el mundo, mundo que sólo es sueño de cada cuerpo.
Que esté articulado sobre la muerte, solo el lenguaje, al fin de cuentas, lo testimonia. ¿Es eso lo que está reprimido? Es difícil afirmarlo. Es pensable que todo el lenguaje no sea hecho más que para no pensar la muerte, que, es la cosa menos pensable que hay. Y es por eso que concibiéndola como un despertar, digo algo que está implicado por mi pequeño nudo: simbólico, imaginario, real, (SIR).
Tendería más bien a pensar, que el sexo y la muerte son solidarios, como está probado por lo que sabemos del hecho que son los cuerpos que se reproducen sexualmente los que están sujetos a la muerte.
Pero es también por la represión de la no-relación sexual, como el lenguaje niega la muerte. El despertar total que consistiría en aprehender el sexo -lo que está excluido- puede tomar, entre otras formas la de la consecuencia del sexo, es decir, la muerte.
El sin-sentido de lo real.
Freud comete un error al concebir que la vida puede aspirar a regresar a la inercia de las partículas, imaginadas como materiales. La vida en el cuerpo subsiste sólo del principio del placer. Pero el principio del placer en los seres que hablan está sometido al inconciente, es decir al lenguaje. Al fin de cuentas, el lenguaje permanece ambiguo: suple la ausencia de relación sexual y por eso enmascara la muerte, aún cuando sea capaz de expresarla, como una especie de deseo profundo. De todos modos, no se tienen pruebas, para los análogos del lenguaje en el animal, de una conciencia de muerte. No pienso que las haya más en el hombre por el hecho del lenguaje: el hecho de que el lenguaje habla de la muerte, eso no prueba que tenga de ella algún conocimiento.
Es el límite muy retrocedido al que sólo se accede por lo real del sexo. La muerte es un despertar que participa aún del sueño en tanto el sueño está ligado al lenguaje. Que algunos sueños sean de los que despiertan indican que deben relacionarse con el sexo más que con la muerte.
Los sueños, en el ser que habla, conciernen a este sin sentido de lo real constituido por la no-relación sexual, que así estimula más al deseo, justamente, de conocer esa no-relación. Si el deseo es del orden de la falta, sin que pueda decirse que sea su causa, el lenguaje es aquello al nivel de lo cual se prodigan las tentativas para establecer esa relación; su misma prodigalidad señala que jamás la alcanzará. El lenguaje puede ser concebido como lo que prolifera a nivel de esa no-relación, sin que se pueda decir que esa relación exista fuera de lenguaje.
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