Los últimos acontecimientos del país y también de las instituciones de analistas merecen que nos detengamos a reflexionar. La figura del canalla se extiende y las canalladas abundan. Transcribo unos párrafos de un artículo que puede provocarnos a pensar sobre el tema. Como dice Lacan, practicar el psicoanálisis no nos exime de ser inteligentes y sensibles. Pero también, haber transitado por un diván, no es garantía de no hacer canalladas o de no convertirse en canalla. No se trata de que "hace falta análisis" sino de la relación con la castración y el objeto. Y hay quienes hacen de un análisis la ocasión para convertirse en el Otro del Otro. Podemos preguntarnos: ¿Llamaríamos a eso un análisis? Como ven, el tema toca los puntos más sensibles de nuestra práctica y de nuestros intereses. Se trata de ética, entonces, y la ética no tiene que ser un emblema ni una bandera de militancia, sólo es lo que se desprende como consecuencia de lo que hacemos.
Marité Colovini
"Cada psicoanálisis lleva al sujeto, al analizante, hasta un punto en el que puede reconocer una incompatibilidad esencial de su deseo. Este atolladero es irreductible e implica enfrentarse a una lógica paradójica. Enfrentarse a esta paradoja del deseo depende, en última instancia, de un ética particular ya que los actos que dependen están marcados por esta contradicción. La Ética, haciendo un recorrido por la enseñanza de Lacan, consiste en orientarse en relación a lo Real y ello no permite elección 6 posible pero es la Ley la que delimita una Ética que rige la existencia del sujeto; esta Ética resulta del asesinato del padre, mito que fue trazado en "Totem y Tabú".
Es la castración y su agente, es el deseo de la muerte del padre, en última instancia el que inscribe la culpa inconsciente en el sujeto. El Super Yo, como instancia moral, se presenta como identificación al Padre frente a la prohibición del goce igualitario que incluiría la Ética que se presentaría, por tanto, como homogénea al deseo. La ética es, pues la del deseo. De estos presupuestos parte Freud al establecer su fórmula: " Wo Es War, soll Ich werden" que Lacan lee como "Dónde ello estaba, yo debe advenir".
La Ética, nada tiene que ver con la elección del bien o del mal y es por ello que Lacan puede establecer para el analista el bien decir sin indicar nunca donde está el bien ...pero tampoco el mal. No se trata, no obstante, de un problema insoluble porque si el analista interviene en el dispositivo en uno u otro sentido, el riesgo es que el análisis quede suspendido en un punto crucial. El analista debe encontrar la palabra justa. porque el silencio es a veces tomado por el analizante como una desaprobación.
Si el sujeto elige el Mal: sufrimiento frente a la alienación del Bien y por ello permanencia del síntoma. Frente a ello el Acto analítico que apunta justamente al final, al atravesamiento del fantasma y la posible identificación al síntoma. Pero la vía del Mal es una primera respuesta del sujeto que asegura la existencia, aunque si bien el dolor del síntoma permite afirmarla, sigue siendo pasiva. Resta aún agregarle un acto para que el sujeto pueda reconocerse en ella.
Todo acto comporta la cuestión de la Ley moral y es esta ley la que el analizante viene a cuestionar a través del alivio del síntoma que le asegura, de este modo, la transgresión. Cada sesión representa una búsqueda o una demanda un acceso libre al goce.
Existe una diferencia ética entre el producto del saber inconsciente, el síntoma, del que el sujeto puede declararse inocente y el deseo sobre el cual el sujeto pretende actuar y del que responde mediante sus actos. De esta posición de sujetos siempre somos responsables, como afirma Lacan. Esta controversia mantiene una dimensión ética porque da al síntoma el sentido de la existencia. Este sentido es asumido por el analizante sin comprenderlo pero prosiguiendo en su análisis.
El progreso del análisis supone, de hecho, el descubrimiento de los atolladeros del propio acto. No huye de su angustia y, además, la reconoce en relación con los Nombres del padre, su culpa, etc. Y es en función de la revelación de estos atolladeros que el sujeto advierte que el análisis le conduce a un punto diferente por el que comenzó su análisis: si lo comenzó para tener mayor acceso al goce o gozar plenamente, el transcurso de las sesiones, y tal vez próximo a su fin, lo puede conducir a la castración y el objeto a. No solo no era como lo pensábamos sino como nos lo temíamos: El sujeto ya sabe que es necesario actuar porque significa sus fantasmas y el posible atravesamiento del fantasma fundamental y el no actuar significa la permanencia irreductible del síntoma. Actuar en el fantasma, atravesarlo, significa una nueva paradoja ligada a las identificaciones de su puesta en escena ya que quien expone, se expone al riesgo de que su acto sea exitoso y por tanto la realización del incesto. El analizante debe, en estos momentos, identificarse con la causa de su deseo y así habrá de advertirlo el analista pero estos momentos de vacilación suponen que el analizante pueda identificarse también con aquello que determina la causa del deseo, es decir, con el Otro del discurso. Puede, entonces, elegir asumir, gracias a su análisis, la posición de poder de aquel que ya sabe qué es lo que determina al deseo. Y esta es la posición del canalla: ocupa un lugar nuevo dejando la propiamente ética de analizante para situarse en el lugar del Otro del discurso7.
Esta posición, producto del horror a la castración y como retroceso del deseo de saber, es engañosa para el propio analista que creerá que su analizante está aún en análisis o, peor aún, que ha llegado a la conclusión de su análisis. No obstante, el saber adquirido en su análisis, a través de una ética propia al dispositivo, se convierte en la utilización, como poder, de ese saber. Creyendo haber dominado su deseo, se identifica con las insignias del poder que pudo localizar en su análisis.
Y como estas insignias del poder no podrían estar vacías, un uso común sería el intento de dominio a los colegas, compañeros y amigos para continuar ejecutando los mismos fantasmas, pero a partir de una nueva posición afirmada en el saber adquirido. El canalla es como el estafador o manipulador que, afirmado en su análisis, sabe aprovecharse del deseo de otro no sólo en nombre de cierto saber adquirido, sino también por la consideración de analizado o analista que ese saber puede conferirle. Utiliza una función que comporta una ética, para convertirla en un instrumento de poder. Poder que será ejercido en un marco diferente de aquel para el que la función estaba destinada ( el campo analítico ).
El canalla, es verdad, es una excepción aunque podemos encontrarlos en la historia del movimiento psicoanalítico y en la Escuela de Lacan.
El canalla carece de culpa y responsabilidad tan siquiera en su posición de sujeto. La culpa para el canalla, es siempre de los otros. La responsabilidad también. En lugar de producirse atravesamiento del fantasma, se provoca o se obtiene una detención. La identificación, para este tipo de sujeto, es con los objetos de poder y el garante sigue siendo el Otro. Trabaja de manera solitaria pero amparándose siempre en los otros de la Escuela que, por otro lado, lo reconocen como colega."
Extraído de: EL TRAVELLING Y EL CANALLA: UNA CUESTIÓN DE ÉTICA
por José Luis Chacón Lafuente
2 comentarios:
La canallada es eso que por estos pagos designamos como hijoputéz, verdad? Ya me parecía a mí que los perversos no tenían la exclusividad del asunto... a pesar de algunas cosas que me enseñaron en la facultad...La calle y la vida son más ilustrativas al respecto.
Más doloroso es pensar en la canallada de los analistas, aunque conozco de muy "buena fuente" un par de casos que pondrían la "piel de gallina" a más de un canalla...
Saludos, Héctor
Muy impactado por la claridad de este artículo! En ocasiones, las políticas institucionales de los analistas sirven para avalar canalladas que nada tiene que ver con la política del psicoanálisis. Creo que con un alto nivel de formalización psicoanalítica, el autor (des)vela esta posición. Felicitaciones!
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