martes, 24 de noviembre de 2009

Aporte para Psicoanálisis y Literatura, por Margarita Scotta



Ojos bien abiertos


Margarita Scotta



“Relato soñado” (Traumnouvelle; Viena, 1926) de Arthur Schnitzler fue una novela que fascinó a Stanley Kubrick, en la que basó su última película “Ojos bien cerrados” (Eyes wide open; EEUU, 1990), un libro que Kubrick había leído por casualidad treinta años antes de filmarlo (¿De qué se trata aquello a lo que pudo darle forma recién sobre el final de su vida? ¿Qué es eso que lleva la vida misma llegar a comprender –justamente por ser lo que hace comprensible una vida?).

Los psicoanalistas nos sorprendemos encontrando en la literatura y el cine una estructura similar a la descifrada en los relatos de nuestros pacientes: en estos diversos textos, la fantasía. Pero algo más en Schnitzler y luego en Kubrick: la fantasía relatada a un hombre por su mujer. Ese guión interior que generalmente se descarta o aparta con un gesto de desdén es lo que la mujer le cuenta al hombre (el sutil recuerdo de la mirada azarosa de un tercero y el sueño de la noche anterior); aquel género de películas privadas evaluadas por error improductivas o intrascendentes, esa alucinación normal y cotidiana a la que solemos desatender pero que da la pista (y tal vez por eso) de la naturaleza del deseo humano: la apetencia más propia que sin embargo desconocemos, lo que queremos sin saber que lo queremos y por eso toma potencia de percepción involuntaria.

Tanto Schnitzler (era uno de los conocidos de Freud) como Kubrick captaron la fuerza fascinante de lo que anhelamos sin conciencia y aún así destina nuestros sentimientos.

Puede entonces sucederle esta historia al matrimonio burgués de un médico en la Viena aún victoriana de principios del siglo XX (“Relato soñado”) o al de un médico exitoso en las altas esferas del poder en New York (“Ojos bien cerrados” con Tom Cruise y Nicole Kidman) pero siempre será a un hombre que, por escuchar la fantasía y el sueño de su esposa, se abrirá a una búsqueda misteriosa donde la mujer con su máscara quedará convertida en el enigma que lo guíe. Así, el personaje va pasando desde la comodidad conocida del placer a la incomodidad desconocida del deseo a través de una serie de encuentros extraños: el primero, con un antiguo amigo de la facultad que abandonó la medicina por la música; primer desvío al que seguirá como hipnotizado por algo de él mismo que no renunciará investigar.

El lector que lee y mira queda capturado en una identificación inquietante con el personaje hasta la sorpresa de la escena en esa fiestita tan particular donde lo sexual se reduce a gestos teatrales y anónimos porque la persona permanece oculta. En un clima de catedral y liturgia, de retorno de las herejías sepultadas por el cristianismo oficial, surge una mujer dispuesta a “rescatar” al hombre (escribe Schnitzler) o a “redimirlo” (traduce Kubrick con una palabra profundamente religiosa, ofreciéndonos una interpretación clave) del peligro en que se ha metido por introducirse engañando en el escabroso rito (“fidelio” era la contraseña para pasar). Esa mujer abrirá otro enigma con su acto dirigido hacia el hombre: Lo sustituirá en la muerte porque se ofrece a morir en su lugar. Un innegable acto de amor en plena escena sexual que, no viniendo de la esposa, retoma el antiguo tema inconciente de las condiciones que hacen posible el surgimiento del amor (fenómeno tardío producto de la cultura y no de la biología; tal como nos enseñan a entender algo de él Schnitzler y Kubrick).

Después de dos noches absolutamente distintas (abiertas por la confesión de la mujer) esta pareja se re-encontrará habiendo recorrido lo que ubica a un hombre, como hombre; y, a una mujer, como mujer: la máscara que creamos sin darnos cuenta atraídos por conseguir el amor del otro pero que, además, es un pedido que ese otro nos exige sin saber.

Tal vez, un matrimonio post-moderno en Rosario hubiera caído en una separación rabiosa luego de semejante experiencia, aconsejados tanto por los amigas –“después de la que te hizo, yo le cambio la cerradura y no entra más” y por los amigos –“¡Tu mujer tiene un pire en la cabeza!”; ahí es donde la lucidez de los artistas logran conectarse con lo verdadero a través de sus creaciones y nos permiten leer algo en lo que eran “sólo” fantasías y sueños.

En el diálogo final, Kubrick reproduce casi las mismas palabras del libro de Schnitzler: El hombre le pregunta a la mujer qué van a hacer ahora, después de la aventura, otorgándole en su vacilación el poder de esa decisión. Ella toma esa posta y responde con la posibilidad de continuar juntos a pesar de lo vivido; y, además, agrega que “la realidad de una noche, como la de toda una vida humana, no significa toda su verdad”. A lo que él comenta que “ningún sueño tampoco es sólo un sueño”. Sorprende que él sienta ahora el miedo que antes no tuvo y le pida que estén juntos toda la vida. Ella dice que eso es imposible de saber.

De ese modo, alcanzan a elegirse por primera vez, porque nada ya asegurará que estarán siempre juntos; simplemente “era una fantasía” pero, como tercero atravesado entre los dos, ha tomado su lugar y les ha permitido a ellos tomar el suyo; entonces ¿cómo no van a seguir vinculados ese hombre y esa mujer si es “esa” relación, luego del tránsito por la Otra escena del deseo inconciente, la que les permitió llegar a creer en “estas” palabras?



Michael Herr: “Kubrick”; Anagrama, 2001.

Arthur Schnitzler: “Relato soñado”; El acantilado, 1999.

Jacques Lacan: “Seminario La transferencia”; Paidós, 2003.

2 comentarios:

marité dijo...

Margarita: me hiciste acordar del sueño de Freud: "se ruega cerrar los ojos" .
Vi la película a la que hacés referencia y es muy interesante el lugar de lo femenino en ella. Porque parece que sólo a través de lo femenino puede introducirse el objeto, la muerte, el tercero.
Además, en el sueño de Freud, ocurrido antes o después, según las dos versiones del mismo que realiza Freud, de la muerte del padre, podemos situar ese ruego de cerrar los ojos frente a lo real horroroso. No ver lo que se entrevee. Cerrar los dos ojos, o cerrar un ojo. Medio ver, entrever....la muerte, como el sol, no se puede mirar de frente. Lo femenino tampoco.

Margarita Scotta dijo...

¡Me dí cuenta que me equivoqué al traducir el título de la película de Kubrick del inglés! El nombró su relato cinematográfico: "Eyes wide shut". "Wide" es "ampliamente" y "shut" es "cerrados" (no "abiertos" como escribí yo), Kubrick parece jugar con una visión "ampliamente cerrada", algo paradojal (en la manera en que yo la traduje se pierde eso paradojal, "eyes wide open" sería "ojos ampliamente abiertos, no entre abiertos)...